Había una vez dos hermanos gatos, uno negro y otro blanco. Vivían con su dueña en una casa en el campo, donde la naturaleza era muy exuberante.
Un día, los gatos estaban explorando la casa y los alrededores. El gato negro, más aventurero, se fue a explorar un bosque cercano. El gato blanco, más tímido, se quedó en la casa.
Cuando el gato negro regresó, su dueña notó que había algo extraño con él. No era el mismo. Su cara estaba aún más negra, su pelo era más corto y sus ojos brillaban con una luz misteriosa.
Cuando los dos gatos se acercaron, la dueña notó algo aún más extraño: una presencia que emanaba del gato negro. Era una presencia misteriosa, como si un espíritu maligno estuviera poseyendo al gato negro.
La dueña comenzó a tener pesadillas horribles sobre el gato negro. En ellas, el gato negro se transformaba en una aterradora criatura y le hacía cosas horribles a su dueña.
Pronto, la dueña se dio cuenta de que los extraños sucesos eran causados por el gato negro. Ella no sabía qué hacer, así que decidió llevarlo a una iglesia cercana para que los sacerdotes exorcizaran al gato.
Los sacerdotes realizaron un ritual de exorcismo en el gato negro, pero no funcionó. El misterioso espíritu seguía poseyendo al gato negro. Entonces, la dueña decidió llevar al gato negro a un monasterio para que los monjes trataran de exorcizar al gato.
Los monjes realizaron